
Era una mañana de esas en las que el sol brilla con una intensidad deslumbrante. Caminaba por la calle, absorto en mis pensamientos, cuando me topé con una pregunta que me hizo detenerme en seco: ¿qué es la luz sin la oscuridad?
Me quedé parado allí, inmóvil, tratando de encontrar una respuesta que parecía esfumarse entre mis dedos como arena fina. ¿Cómo reconocemos lo que brilla si no conocemos la oscuridad que nos opaca?
De repente, me vino a la mente una cita que había leído hace mucho tiempo en un libro de poesía: “la luz no puede existir sin la oscuridad, y viceversa”. Era una idea que me parecía difícil de entender, pero que tenía una cierta lógica.
Pensé en las vueltas que da la vida, en cómo a veces parece que todo está perdido pero luego la poesía nos trae de vuelta al centro. La poesía, esa forma de arte que nos ayuda a encontrar la belleza en la adversidad, a buscar la luz en la oscuridad.
Pero ¿cómo encontrar el balance entre opuestos como el sí y el no, el bien y el mal? En mi experiencia, el equilibrio se encuentra en la aceptación de que los opuestos coexisten, que no podemos tener uno sin el otro.
Recuerdo una vez que tuve que tomar una decisión difícil que implicaba elegir entre el bien y el mal. Me sentía atrapado en un dilema moral, pero al final entendí que no se trataba de elegir entre lo bueno y lo malo, sino de encontrar la forma de que ambos pudieran coexistir en armonía.
Fue entonces cuando comprendí que la vida es una danza entre opuestos, una constante búsqueda de equilibrio en un mundo lleno de contrastes. Y que, a veces, la poesía es la mejor forma de encontrar la luz en la oscuridad, la belleza en la adversidad.
Así que seguí caminando, sintiendo el sol en mi rostro y la brisa en mi cabello, pensando en la vida como una balanza que se mueve constantemente, pero que siempre busca el equilibrio.
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