
En la sala de nuestro ser, al compás de la vida,
dan las emociones en un baile sin fin.
Alegres piruetas de risas extendidas,
giran y revuelven en un vórtice sin fin.
La tristeza, en puntillas, baila lenta, callada,
cual hoja marchita por el otoño llevada.
Y el miedo, sombrío, en suspenso se mece,
cual vela titilante en la más oscura estancia.
El trauma, marioneta de recuerdos oscuros,
atormenta y retuerce con su ritmo inseguro.
A veces, es un tango de pasos tan cruentos,
que nos deja exhaustos, perdidos, yacentes.
Pero el valle de sombras no es nuestro destino,
hay un camino sereno, bañado en sol divino.
En la danza de la vida, el cambio es compañero,
una metamorfosis, el final del sendero.
La resiliencia se levanta, ligera como pluma,
cual cisne que rompe la helada bruma.
Danza y gira, dando vueltas, con su fuerza incesante,
nos levanta del suelo, decidida, constante.
Baila con el amor, delicado y puro,
bajo un cielo estrellado, en un lago seguro.
Abrazados en su danza, las cicatrices sanan,
y el corazón resurge, como el sol que temprano mana.
La esperanza, danzante alegre y decidida,
nos invita a un vals bajo la luna encendida.
Trae consigo un ritmo que nos impulsa a sanar,
a crecer, a cambiar, a aprender a bailar.
Así se transforma la danza de la vida,
de un torbellino oscuro a una melodía hermosa y nítida.
La salud mental florece en el ritmo sincero,
De la danza de las emociones, el baile del guerrero.
Las lágrimas y risas, el temor y el gozo,
en este baile eterno, cada uno tiene su momento.
Pero al final, cada paso, cada vuelta y desliz,
nos lleva hacia adelante, hacia la luz, hacia la paz.
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