
En la inestabilidad, como en los sueños de un mar embravecido, se halla la quietud de un estanque dormido. En el caos, como un laberinto de espejos reflejando el desorden, se oculta un orden sublime, tan cierto como la adversidad que besa la mejilla de cada atardecer. La esencia misma de la vida, exhalada en un suspiro, revela la verdad, como la brisa que susurra los secretos del bosque a la montaña.
Un soplo, un viento nacido de lo invisible, fue el que imprimió en el hombre el fuego de la existencia. ¿Qué prodigios guardaba aquel aliento, ese viento celeste capaz de infundir vida a lo que carecía de ella? En aquel entonces, cuando la urgencia de los tiempos se confundía con la eternidad, distintos aires se cruzaban en la encrucijada del ser, y nosotros, como capitanes de navíos perdidos, elegíamos qué viento respirar.
A veces, por misterios que sólo el corazón conoce, optamos por el aire que hiere, aún cuando el mapa de nuestro saber señala la brisa que sana. Elegimos vivir vidas precipitadas, huérfanas de propósito, aún cuando conocemos al maestro de los caminos, al hacedor de destinos.
¿Por qué estamos en la tierra?, nos preguntamos, como náufragos interrogando a las estrellas. Buscamos respuestas en los pergaminos escritos por manos humanas, pero olvidamos consultar al viento, al mar, a la esencia misma de la existencia. ¿Por qué investigamos la creación, en lugar de dirigirnos hacia el creador? ¿Acaso nos asusta la posibilidad de hallar una verdad más grande que nuestros propios espejos?
El aliento del creador es el que despierta el sol cada mañana, pero, en nuestra cotidianeidad, nos olvidamos de dar gracias, de reconocer la belleza del regalo. ¿Qué sucedería si el tiempo decidiera rendirse, si este último verso fuera el último aliento de nuestro viaje? ¿Qué si el soplo de vida, que nos acompaña fiel cada jornada, decidiera detenerse? ¿Acaso cuestionaríamos al viento, o simplemente nos rendiríamos a la inmovilidad del silencio eterno?
Así, en la danza incesante de la existencia, olvidamos a nuestro creador, y buscamos consuelo en su creación, en la ilusión de una relación. Pero es en la inestabilidad donde se encuentra la estabilidad, en el caos donde el orden se manifiesta, en el soplo de la vida donde se halla la eternidad. Y en esa eternidad, cada hombre, cada mujer, encuentra su propio reflejo, su propia verdad.
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