
Despierto con una dulzura que sólo puede competir con el vuelo lento de una mariposa nocturna que se retira después de una larga noche de labor. Entre sábanas blancas, como nieve de enero, los primeros rayos de sol se cuelan traviesos por mi ventana. El viento, como un amante furtivo, acaricia mi rostro y me suspende en un limbo de sensaciones, como un niño perdido en un sueño de algodón. Jamás había despertado en este estado de serena claridad, en este universo donde todo es luz y verdad.
Habito en el barrio donde la paz ha echado raíces, un rincón de mundo donde el bien, como un fantasma amigable, se pasea sin importar quién pueda estar observando. Aquí, tiempo y dinero son reliquias de un pasado olvidado, reemplazados por una divisa más valiosa: la creatividad, esa mágica alquimia del pensamiento.
Imagina una utopía así, donde todo, hasta el último grano de trigo, se comparte con el vecino, donde las riendas y las diferencias no son más que cuentos para dormir. Aquí, la vida es un carrusel siempre en movimiento; siempre hay un reto que conquistar, una lección que aprender, una vivencia para compartir con el coro de almas que me rodea.
En este lugar, la maldad es un vocablo exiliado; todos, como abejas laboriosas, buscan el bienestar del enjambre. La música no es más que la energía elevada que todos exudamos, un concierto de almas en sintonía. Se respira aire puro, un aliento de vida que llena nuestro espíritu, que nos nutre más que el más suculento de los banquetes.
No hay hambre, pues ya no existe la necesidad de comer. El aire que respiramos es un manjar suficiente para saciarnos. Aquí, todos conocemos nuestro propósito, y las preguntas que antes nos acosaban han sido respondidas. No hay mentiras que temer, pues la verdad es un pájaro que vuela libre y alto.
En esta utopía, no hay divisiones, no hay guerras, sólo vida y vida eterna. Un lugar donde la existencia es un vals delicado de seres, y cada día es un festejo de la coexistencia pacífica. Un lugar digno de relatos, un rincón del universo donde la realidad y la energía danzan de la mano.
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