
El mundo se acelera
y nosotros tras él,
en busca del deleite instantáneo
sin detenernos a ver.
Ya no disfrutamos de la vida
con calma y serenidad,
sino que buscamos la estimulación
para llenar la vacuidad.
Pero esos instantes efímeros
pueden acabar con nosotros,
como un dulce envenenado
que nos sujeta con sus lazos oscuros.
Las semillas que sembramos
se arraigan profundamente,
y aunque cortemos el árbol,
las raíces están presentes eternamente.
Los instantes que perseguimos
son una lluvia de tormenta,
que nos arrastran hacia el abismo
y nos dejan sin aliento en la senda.
Pero la verdad está en el canto
de las aves que surcan el cielo,
que nos revelan los instantes buenos
y nos salvan de caer en el duelo.
Reconoce que hay instantes malos,
que nos matan poco a poco,
y otros que parecen buenos
pero en realidad nos hacen poco a poco locos.
Libera al ave de su jaula,
deja que vuele hacia la libertad,
porque sólo así podrás liberarte
y ser el dueño de tu propio credo.
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