
La naturaleza se transforma en constante movimiento, siempre cambiando y adaptándose a los caprichos del tiempo. Los ciclos de la vida, como si fueran juguetes de una rueda, giran y giran sin fin, buscando su camino en la gran odisea del universo.
Pero a pesar de esta constante transformación, seguimos repitiendo los mismos ciclos, como si estuviéramos atrapados en una inercia que nos impide avanzar. Es un vacío inusual en el que nos encontramos, donde nuestros sentidos se desvanecen y se convierten en ruidos reunidos, percudidos por la realización de un sueño que nunca llega.
Y así nos mantenemos, atrapados en nuestra propia crisálida, arrastrando el pasado como si fuera una losa que nos impide volar. ¿Cómo quemar el remanente de nuestra piel y convertirnos en procesos que nos ayuden a evolucionar? ¿Dónde encontrar el tiempo y el momento preciso para dar el paso correcto en el camino de la vida?
Pero tal vez, en esa constante batalla que es la vida, renaceremos en primavera, como un ave fénix que resurge de las cenizas. Saldríamos de nuestra crisálida con una piel nueva y un propósito renovado, listos para realizar la gran odisea de nuestra vida entera.
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